Desde que
iniciamos nuestro recorrido por las sierras, a finales de septiembre,
continuamos tratando de acercarnos un poco más a las principales necesidades de
las familias y cuidadores de personas mayores en el pueblo.
Las consecuencias del cuidado de una
persona dependiente son muchas y diversas; es una experiencia difícil y
prolongada que conlleva importantes cambios que afectan al día a día de las
personas cuidadoras.
Como suele
ser habitual, la mayoría de asistentes vienen siendo mujeres, las mismas que se
hacen cargo de su pareja, madre o padre, las mismas que forman parte de la
estadística como las más longevas que se mantienen en el pueblo porque su
autonomía y responsabilidad les permite continuar cuidando de si mismas después
de cuidar de los demás. Muchas de ellas viven solas.
A lo largo
de este ciclo de encuentros hemos tratado de saber cómo se encuentran los
familiares y cuidadores, cómo entienden la relación de ayuda y cómo se han
adaptado a los diversos cambios psicológicos, sociales, económicos, familiares, laborales.. que conlleva esta
nueva situación.
El deber
moral y la responsabilidad social está fuertemente interiorizado como la
principal razón o motivación para cuidar a las personas que queremos y que
antes nos han cuidado.
Desde esta actitud surge, a menudo uno de los
pensamientos más comunes pero no por ello acertado: “Nadie puede cuidar a mi
familia mejor que yo”. En torno al análisis de esta idea hemos tratado de
reflexionar sobre la vivencia de la responsabilidad y la relación de ayuda en
el contexto familiar.
A menudo, en
un primer momento muchos familiares perciben que no necesitan ayuda, se sienten
fuertes y responsables y se sienten en la obligación moral de serlo.
Esta autopercepción,
condicionada por fuertes presiones sociales y culturales, está muy presente en
el mundo rural, lo que dificulta para las familias considerar que pedir y
aceptar ayuda puede mejorar, de manera
importante, la relación de cuidado, conciliando la atención al mayor y el
cuidado de uno mismo.
En este
sentido, queremos compartir con vosotros algunas de las reflexiones, surgidas
en estos encuentros, sobre el arte de pedir ayuda cuando la necesitamos,
confiando siempre en nuestra capacidad para crear nuevos aprendizajes, para los
que no hay edad:
• Si necesita ayuda pídala
abiertamente, no espere a que lo adivinen. Diga de forma clara y concreta el
tipo de ayuda que necesita.
• Pedir ayuda no es un signo
de debilidad: es una excelente forma de cuidar de su
familiar y de usted mismo.
• Déjese ayudar y enseñar
por otros familiares, instituciones, organizaciones, asociaciones, etc. Tenga
en cuenta que muchos trastornos en el comportamiento de las personas
dependientes vienen motivados por la permanencia durante largos
períodos de tiempo en casa
sin haber acudido a centros o servicios
adecuados a sus
características, lo que provoca en muchas ocasiones un bajo nivel de
estimulación y una falta de actividad considerable.
• Sepa adaptarse a la ayuda
que le ofrecen, la suya no es la única ni tiene por qué ser la mejor. De esta
forma, además de evitar conflictos familiares, se consigue más fácilmente que
los demás colaboren con usted en el cuidado.
• Agradezca el apoyo
recibido. Eso facilitará la continuidad de la ayuda.
• La responsabilidad de
cuidar a un familiar no tiene por qué ser exclusivamente suya, pero también es
cierto que no se puede obligar a nadie a asumir esta responsabilidad.
• Deseche pensamientos como
"nadie puede cuidar a mi familiar mejor que yo". Probablemente sea
cierto, pero existe un gran desconocimiento de la oferta de los servicios
existentes y una actitud negativa respecto a su utilización que no favorece en
nada la tarea de cuidar.
Continuamos nuestro
recorrido, conscientes de que la tarea de desaprender para conseguir mejorar
nuestra salud y nuestras relaciones personales, se construye en colectividad y se
trata de una carrera de fondo. El siguiente paso lo damos en nuevos encuentros,
en El Tejado, Ledrada y Los Santos.
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